En la mitad de “El Rezador”, el personaje interpretado por Andrés Crespo dice, “En nuestro trabajo, si alguien sabe las historias que el público necesita, se las concede”. Esta frase podría resumir el interés del director Tito Jara por encontrar temas que sintonicen con el gran público. Si hace once años debutó con “A tus espaldas”, una película contada desde el punto de vista de un habitante del sur, a quién la Virgen de Quito continuamente le da la espalda, esta vez presenta una obra que gira en torno al negocio de la fe, en una ciudad todavía marcada en gran parte por la religiosidad.
En “El rezador”, Tito Jara logra captar la atención del público a través de una película de atmósfera densa, interpretada por dos de los actores más queridos del cine ecuatoriano. Andrés Crespo es Antanasio di Felice, un falso cura en aprietos por vender supuestos remedios milagrosos, que se interesa por el caso de una niña con aparentes poderes curativos y predictorios en el barrio de Atucucho. Entra en contacto con los padres de la niña, interpretados por Carlos Valencia y Emilia Ceballos, para proponerles hacer crecer sus ingresos, y logra establecer un lucrativo negocio alrededor de las peregrinaciones al populoso barrio. La imagen de Crespo y Valencia, conocidos por interpretar a villanos, preparando dócilmente a los fieles que esperan su turno para encontrarse con la niña, no tiene pierde.
Este ambiente de ambigüedad moral es retratado por el fotógrafo español Carlos de Miguel con un estilizado claroscuro que recuerda a las pinturas de Caravaggio, maestro en humanizar lo religioso. Esta fotografía, aunque a ratos demasiado oscura para el potencial luminoso de Quito, ayuda a definir el tono general de la película. Pero sin duda es la actuación de Andrés Crespo la que sostiene el creciente ritmo del filme. El actor, muchas veces criticado por hacer el mismo papel, logra crear un personaje creíble y lleno de matices en su mejor actuación hasta la fecha, como un cínico con ojo para los negocios religiosos, que entra en crisis cuando se enamora de la madre de la niña y comienza a creer en el milagro.
Este conflicto hace crecer a la película hasta bien entrado el metraje, pero el filme decae en el último acto por la gran cantidad de puntos de giro. Así, cuando Antanasio es diagnosticado con una enfermedad terminal y a continuación, descubre que todo es una farsa montada por la madre de la niña, la película pierde la ambivalencia que había logrado construir alrededor de sus poderes. Y cuando el decaído personaje de Crespo insiste en fugarse con la mujer, cada vez más desencantada de la ambición de su marido, la película desemboca en un final de thriller rocambolesco para el cual su meticulosa construcción inicial no nos había preparado.
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