“Los novelistas chilenos escribimos novelas sobre los poetas chilenos”, comenta el narrador de la más reciente y extensa novela de Alejandro Zambra, titulada Poeta chileno.
El título, aparte de evocar la probada capacidad del país austral para producir poetas memorables, también funciona como guiño al universo literario de Roberto Bolaño -con las implicaciones marketineras que esto implica- en una novela cuya estructura recuerda por momentos al autor de Los detectives salvajes.
La obra desarrolla la historia de Gonzalo, joven poeta y profesor, y Carla, madre soltera de un niño de 8 años, Vicente, y cómo aprenden a formar una familia en los primeros años del siglo XXI. Parecería que este plácido ambiente familiar va a ser el contexto principal de la historia, como otros universos íntimos y discretos a los que el autor de Bonsai y Formas de volver a casa nos tenía acostumbrados. Pero Zambra sorprende con un inesperado giro que nos transporta a un futuro, muy cercano a nuestro presente, en que Gonzalo ya no está y Vicente, como su padrastro una década atrás, se convierte en poeta en la era de las redes sociales y las manifestaciones.
¿Hasta qué punto el legado de su antiguo padrastro, incluyendo algunos libros de poesía que dejó atrás, hizo que Vicente quiera ser poeta? ¿Es más importante la herencia biológica o el contexto en el que se crece? Son algunas preguntas que la novela explora. Desarrollada en estrecha relación con la tradición poética chilena, una especie de “familia donde conviven poetas de varias edades”, Poeta chileno es una reflexión sobre las generaciones y las familias, más allá de la sangre, y de lo difícil que resulta nombrar (y desnombrar) estos vínculos.
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