¿Godard o Truffaut? Me acuerdo que esa era la discusión entre un puñado de estudiantes de cine en Roma, a inicios del milenio, mientras comparábamos sus estilos luego de alguna reposición de sus películas en las viejas salas de arte y ensayo.
Aunque en ese época me consideraba más “truffautiano”, reconozco que hoy la discusión resulta anacrónica, sobre todo porque Truffaut murió joven y Godard siguió haciendo cine hasta bien entrado el siglo XXI, con una influencia mucho mayor que la de su colega y un magisterio pocas veces visto entre las huestes de esa especie en peligro de extinción: los cinéfilos.
Pero no resulta caprichoso comenzar por aquí, ya que Godard, junto con Truffaut y otros cineastas, perteneció a una de las generación que revolucionó la historia del cine: la nueva ola francesa. Sus miembros, antes de filmar, aprendieron de cine escribiendo sobre él en la legendaria revista Cahiers du Cinema, y una vez en activo llevaron hasta el límite lo que ellos mismo bautizaron como “cine de autor”.
Y es que antes de esta generación que irrumpe a finales de los cincuenta, el director de cine era valorado sobre todo por sus capacidades técnicas en el esquema industrial de los grandes estudios. Pero después de ellos, y de películas como “Los 400 golpes” (Truffaut) y “Sin aliento” (Godard), el público se dio cuenta que una película podía ser una obra de arte tan personal y estilizada como las grandes novelas y pinturas.
“Sin aliento”, rezuma el espíritu de la nueva ola francesa: actores jóvenes que se alejan de los estereotipos de la belleza como Jean Paul Belmondo y Jean Seberg. Rodajes con cámara al hombro en las agitadas calles de París. Diálogos chispeantes y llenos de referencias literarias. La trama delictiva como excusa. “Sin aliento” también ilustra una de las máximas de Godard que dice “todo lo que se necesita para hacer una película es una pistola y una mujer”.
Y es que Godard, aparte de hacer películas durante varias décadas, nunca dejó de reflexionar sobre el séptimo arte, y sus distintas etapas estilísticas son un reflejo de sus posturas cambiantes con respecto al cine. En este sentido, su obra se puede dividir en tres etapas.
La primera, juvenil y desenfadada, de películas como “Vivir su vida”, “El desprecio”, “Masculino Femenino” y “Dos o tres cosas que sé sobre ella” (por mencionar sólo algunas ya que es su etapa más prolífica) y que abarca buena parte de la década del sesenta. Estas películas se caracterizan por su gran libertad formal y fueron exitosas a nivel comercial. Película a película, la trama se va diluyendo y las estructuras se vuelven cada vez más fragmentarias. Es aquí que surge la obsesión de Godard por el lenguaje y en estas películas siempre hay gente hablando, haciendo entrevistas, leyendo en voz alta, contando chistes, adivinanzas y trabalenguas. O simplemente hablando del clima: el lenguaje como la principal forma de matar el tiempo.
En la segunda etapa Godard es de creciente politización a partir de mayo del 68 y dura hasta los ochenta. El giro se da con la película “Weekend”, cuyo punto de partida es el atasco vehicular de un cuento de Cortázar e incluye un documental que junta a los Rolling Stones con los Black Panthers, “Sympathy for the devil”. Este cine es abiertamente militante de izquierda y se vuelve más minimalista y casi austero en su puesta en escena con títulos como “Todo va bien”. Los juegos de palabras dan paso a los manifiestos políticos y Godard incluso llega a renunciar a la autoría y muchas de estas películas llevan la firma del colectivo Dziga Vertov. Debo admitir que esta etapa es la que menos conozco de Godard, pero el interés por la obra de un cineasta también se mide por estos vacíos. En todo caso, de esta época es otra de las máximas que más ha calado en los cineastas de generaciones posteriores: “Un travelling es una cuestión de moral”, que yo siempre interpreté como la potencialidad política detrás de las decisiones que tomamos como cineastas, en un arte marcado por el factor económico.
Luego de un breve regreso a un cine más narrativo, Godard entra en su etapa final, con películas de ensayo realizadas en su mayoría en video, desde los noventa hasta nuestros días. Estas películas se caracterizan por el uso de todo tipo de material de archivo que va desde sus propias películas hasta obras icónicas de la historia del cine, pasando por las infinitas variaciones de la imagen y el sonido a partir de la televisión y la era digital. También están muy presentes los textos escritos como parte de su reflexión sobre el lenguaje. Esta también es la etapa más críptica de Godard, y se puede decir que sus últimos títulos como “Un film socialista”, “Adios al lenguaje” y “El libro de las imágenes” son difíciles de ver si no se tiene un interés teórico en el audiovisual.
La historia de Godard es también la historia de un director que pasó del éxito comercial a hacer cine de espaldas al gran público, lo cual no deja de ser una metáfora del cine autoral en las últimos años. Por eso, ahora que ha muerto Godard, parece que una parte importante del siglo XX se va también.
Como decía el mismo Godard en su última entrevista en Cahiers du cinema en octubre de 2019:
“Lo que siempre he hecho, conscientemente, es permanecer dentro del cine, a pesar del activismo, las firmas, los movimientos sociales, a pesar de estar a favor de los chalecos amarillos, quienes quiera que sean, de los médicos de emergencia, quienes quiera que fueran. Pero de recluirme en el cine y por tanto en su historia, lo que le permite a uno recibir la historia con mayúsculas. El cine es la historia pequeña, pero es grande también.”